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El Tequila es una bebida que parece estar en todas partes: en celebraciones llenas de alegría y en momentos de desamor, como el primer shot que rompe el hielo en una fiesta o el último que juraste que no te ibas a tomar.
Es valentía líquida para los tímidos, una válvula de escape emocional para los corazones rotos y un fiel compañero en incontables historias borrosas de noches salvajes, decisiones audaces y mañanas llenas de arrepentimientos. Por cada persona que canta sus alabanzas, hay otra que ha jurado nunca volver a tocarlo.
Siempre al estar de viaje, al llegar al tema del Tequila en una conversación o una velada con extranjeros en otro paises, siempre me divertía recibir todo tipo de comentarios sobre sus efectos, su fuerza o sus “superpoderes”. Todo el mundo tenía una historia que compartir sobre él, muchas veces eran estrambóticas y muy divertidas. A menudo me presentaban brindis supuestamente “mexicanos”, lo cual nunca era el caso, claro. Era curioso ver cómo compartir un shot (o varios) con un mexicano siempre generaba entusiasmo y hasta cierto desafío. Y siempre era gracioso ver las muecas de todos después del shot (excepto los europeos del este, que lo toman con una facilidad alarmante).
Pero el Tequila es mucho más que combustible para fiestas. Es una bebida de paciencia y tradición, profundamente arraigada en la historia, la cultura y la artesanía de México. Elaborado a partir de agave azul, una planta que crece obstinada y hermosamente en los suelos implacables de Jalisco, el tequila representa resiliencia. El agave tarda años en crecer, y cada planta es cuidada por generaciones de jimadores, hábiles cosechadores que cortan el agave con sus afiladas coas. Cada botella lleva generaciones de tradición y cuidado, un verdadero producto artesanal.
Entender el Tequila es entender México. Es un símbolo de orgullo nacional, una conexión con la tierra y su gente. Sus orígenes se remontan a tiempos prehispánicos, cuando las civilizaciones indígenas veneraban al agave por sus múltiples usos: alimento, fibras y bebidas sagradas. Lo que comenzó como pulque, una bebida fermentada de agave, evolucionó durante siglos hasta convertirse en el espíritu destilado que ahora conocemos como Tequila, gracias a la ingeniosidad de los colonos españoles.
En México, el Tequila no solo se consume; se celebra. Es el primer vaso que se alza en una fiesta, una boda o una reunión familiar. Es la banda sonora de los mariachis en Jalisco, donde nació esta bebida. Es un trago que cuenta historias de resiliencia, independencia e identidad. Cada 15 de septiembre, los gritos de “¡Viva México!” se acompañan de un resonante coro de caballitos en alto.
El Tequila es tanto héroe como villano, un cómplice travieso. Hace su entrada con estilo y deja un rastro de recuerdos, algunos gloriosos, otros caóticos, algunos armados solo por las historias contadas a la mañana siguiente. Quizá fue un momento de desamor, un ritual catártico de sal, shot y limón que intentó lavar una lágrima. O quizá fue una celebración de cumpleaños que comenzó con risas y terminó con alguien bailando en una mesa, o una noche que, de alguna manera, comenzó con “solo una copa” y se convirtió en una aventura épica.
Su reputación global es complicada, pero icónica. Pocos licores tienen esta dualidad: puede ser refinado y sofisticado, un sorbo lento de lo mejor que baila en el paladar con notas de agave y tierra. O puede tomarse apresuradamente en bares iluminados con neón, acompañado de una mueca y un exagerado sacudón de cabeza. Y, sin importar el entorno o la calidad, el tequila cumple. No entra tímidamente en tu noche; patea la puerta y exige atención.
Hoy, el Tequila está viviendo su momento en el escenario global, ocupando un lugar codiciado en bares premium y lounges de lujo. Mixólogos de todo el mundo están mostrando su versatilidad, creando cócteles que equilibran sus sabores terrosos y audaces con cítricos e infusiones ahumadas. Chefs vanguardistas han abrazado el Tequila como ingrediente, incorporándolo en salsas, postres e incluso marinados, elevándolo a un esencial culinario. Y con marcas visionarias liderando la carga, el Tequila ha encontrado su lugar en colaboraciones que combinan tradición con arte moderno, creando botellas tan impresionantes como el líquido que contienen.
Considero que el Tequila es el mejor amigo de los tacos y garnachas, confirmo que cura la garganta cuando te raspa, concuerdo que más de una vez me he atrevido a hacer más travesuras bajo sus efectos y confieso que me lo he bebido en litros cuando he tenido mal de amores. También creo que es uno de los destilados más deliciosos del mundo, y de a poquito y despacito, como tantas cosas, sabe mejor.
Más que una bebida, el Tequila se ha convertido en un embajador cultural. Es uno de los representantes más genuinos de México, un reflejo de nuestra pasión, nuestra valentía y nuestra audacia. Al igual que el Tequila, México se ha ganado su lugar en el escenario internacional, ya no como un tesoro escondido, sino como una auténtica fuerza y un país poderoso.
Salud por todos los espíritus implacables.
Si la vida te da limones, consigue una buena botella de tequila y canta.