(Lectura de 3 minutos)
Cada día, alrededor del mundo, se consumen más de 2.25 mil millones de tazas de café. Este consumo es únicamente superado por el agua. Originario de África, por supuesto, se convirtió en un hilo conductor entre culturas. A medida que evolucionó el comercio, también lo hizo el alcance del café, siendo exportado y llevado a todos lados a lo largo de los siglos.
Ya sea cultivado localmente o importado, los lugares que preparaban y vendían café, ya sea en tazas, vasos o latas, se convirtieron en salones sociales. Fueron creciendo en popularidad e importancia, con la mayoría de los humanos buscando ese líquido marrón que daba una sensación de bienestar. Los cafés se convirtieron en un elemento esencial en la mayoría de los asentamientos humanos de cualquier tamaño, ubicación o condición (aún hoy en día). Nada nos une como el café.
Se convirtió en el símbolo del confort, asociado con reuniones, encuentros e intercambios. Entre caras familiares o desconocidos, una taza de café se convirtió para todos en una especie de consuelo. Entiendo la aparente contradicción, ya que la cafeína es muchas cosas excepto calmante, sin embargo, me refiero a una taza de café, como concepto. Tomarlo, tenerlo, recibirlo, que te lo ofrezcan, los momentos o tiempos en que se toma, nos reconforta. Aparentemente, el café es una cosa en la que todos parecemos estar de acuerdo, un elemento que nos hace sentir de manera similar.
Lo que evolucionó en los salones y como un elemento de encuentro social, también se abrió camino a los hogares individuales. Tomar una taza de café, para la mayoría, por la mañana, se convirtió en un ritual diario disfrutado hasta hoy por miles de millones de personas. Prepararlo uno mismo en casa, o donde sea, permite una cosa: la personalización. Aquellos que participan en este ritual diario se convierten en expertos absolutos en cómo les gusta su propio café.
Cada día, lo que sea que pongas en el tuyo, las cantidades, las proporciones, la temperatura, el recipiente, las marcas preferidas de esto o aquello, se mezclan para alcanzar tu definición de perfección. Para la mayoría de los bebedores de café, estas no son decisiones al azar y no se toman a la ligera. No suelen estar sujetas a cambios sin previo aviso, se toman decisiones conscientes de alterar nuestra receta perfecta. Tu propia mezcla. Bebemos el café justo como nos gusta, exactamente como nos gusta.
Si midieras las cantidades exactas de agua, café, azúcar o elemento lácteo (de origen animal o vegetal) o lo que sea que pongas en la taza, resultaría en números locos como 68.6 gramos de café, 18.34 gramos de azúcar, 276 ml de agua… y sin embargo, lo consigues hacer igual cada vez, todos los días. Todos desarrollamos algún tipo de sistema para asegurar la consistencia, siempre usas la misma cuchara o sabes exactamente dónde va la línea del agua (con precisión láser), usas la misma taza o la misma tetera cada vez y sabes la cantidad exacta que necesita estar en la estufa para obtener la temperatura que amas. Y maldices un poco cada vez que algo no sale bien.
Nuestra propia taza, ya sea que tomemos una o cinco, es una muestra de nuestras pequeñas obsesiones, placeres pequeños y desafíos diarios. Ya sea repleto de ingredientes especiales, adicionales exóticos particulares o procedimientos precisos; o simple, sin complicaciones, nada que lo defina, abierto. Para cada quien, lo suyo. Siempre y cuando dé una sensación cálida y luego nos despierte y levante el ánimo.
Así que está claro que tener nuestro café, NUESTRO café del día, ya sea uno o siete, preparado por alguien más es ciertamente un reto. Todos los establecimientos que ofrecen café lo saben, de ahí que algunos incluso tienen una persona especializada que va a la escuela para ello. Todos intentando cumplir con las altísimas expectativas que tenemos sobre la taza de café de nuestras vidas.
Naturalmente tendemos a desarrollar un apego emocional con la persona y/o lugar que es capaz de proporcionarnos una taza que sea un rival digno de la nuestra, quizás incluso mejor que la que podemos hacer nosotros mismos (sí, admítelo, es posible).
Es profundamente satisfactorio que alguien descubra quiera ir más allá y entender cómo disfrutamos las cosas, lo qué nos hace sentir bien por dentro. Y que luego tenga el cuidado y la paciencia para prepararlo y mezclarlo correctamente.
A lo largo de los años, el café me ha dado placer, me ha mantenido en marcha en momentos, me ha reconfortado, pero sobre todo me ha enseñado una lección muy valiosa. Si alguien sabe cómo tomas tu café, esa persona merece tu atención, porque es seguro que esa persona te ha estado prestando un montón de atención a ti.